Me declaro imperfecto, si pudiéramos elevar el calificativo ese sería el que me corresponde. Y al decirlo no pienso en ello como algo negativo, me ayuda a ser mas efectivo, mas enfocado. La lucha por la perfección es algo loable, sin embargo, conlleva en muchos casos una pérdida de visión (para algunos, no para todos) del panorama general de los 180 grados de visión que todos tenemos hacia el frente. ¿A qué me refiero? Con la siguiente historia tratare de ejemplificar.
Es real, lo que haré será cambiar los nombres de los participantes (quienes me conocen sabrán bien de quienes hablo):
Carolina, ella siempre ha sido una mujer brillante, estudiante, dedicada, jefa de grupo, la primera en apuntarse para todo en todo, por ello la que siempre quiere y ha querido tener el control de todo, pues, a final de cuentas todo tiene que ser como ella lo vislumbra: perfecto.
La vida de Carolina comenzó a abrir su campo de visión y a moverse de esa línea recta de perfección cuando ,por la mala, vio que no tenía al marido perfecto, que sus hijos por tanto tampoco tenían al padre perfecto, y que de ninguno de ellos podía por mas que intentara tener jamas el control; el divorcio opero como un sismo ajustador del cual solo resultó una mujer aún más decidida a ser perfecta, con ello entendiendo que el control sería mas férreo. Pero no sabía que se puede controlar la comida, la hora de comer, la ropa, la hora de estudiar, incluso, los amigos que frecuentan los hijos, pero jamás, sus enfermedades. El menor de sus pequeños manifestó un padecimiento que día a día lo iba mermando de manera considerable, deficiencias cardíacas, renales, y nada que hacer, solo esperar los estudios los análisis, las referencias cruzadas mientras observábamos todos como poco a poco el pequeño de desgastaba, él, la familia entera, y Carolina, viviendo el más imperfecto de los mundos, sin tener el control absolutamente de nada, ni siquiera de sus horas de sueño y comida. Las semanas pasaban, el pequeño no mejoraba, así en ese devenir , junto con el pesar y la incertidumbre, llegó a Carolina: Pedro. El, con equipaje igual que todos, con un matrimonio fallido y un hijo bajo el brazo, se acercó como compañía incondicional a esa imperfecta situación, silencioso, entregado, dispuesto, conciente...
Y poco a poco le dio sentido a todo lo que ella no podía controlar. Aunque, viviendo en ciudades diferentes, poco hay por pensar de perfecto, poco que controlar. El pequeño obtuvo un donador y con esto la tranquilidad para todos, y pensar solo en un futuro, que debería de ser: Perfecto.
Nada más equivocado , pocas semanas después a Carolina se le detectó cáncer de seno, ¿hay manera de lograr una broma más macabra? La mastectomia, quimioterapia y radiaciones de manera expedita y sin dudar, el control, eso era lo que podía tener ella, sólo eso, las fechas terapia y consulta de manera estricta, y... Y nada más. Pedro, al pie del cañón con trabajo, sin trabajo, en un ir y venir de un estado a otro. Acompañando, peleando si propia batalla legal por los derechos de su hijo, y ahí, al lado, sin tener control ni de él ni de nada. Al pasar de los meses Pedro consiguió el trabajo deseado, logró la custodia de su pequeño y Carolina venció al cáncer, el pequeño estaba fuera de peligro, todo entraba en ese ritmo de perfección que tanto gustaba a Carolina. Pedro sintió que era el momento, le pidió matrimonio y vivieron felices.... Por un tiempo. Un día Carolina presentó un retraso (otra vez no tener el control le cambiaba la vida), Pedro le pidió tuvieran al bebé ella aceptó, el seguía viajando de una ciudad a otra y cada vez el cuidado y su presencia eran más demandados, más necesitados. La situación imperfecta en toda su expresión, nada menos controlado.
Quien esto lee podrá imaginarse la cantidad de conflictos y situaciones que se derivaron en esta historia. Hoy Pedro y Carolina siguen juntos, con dos hijos de ella, uno de él y uno de ambos. Nada mas descontrolado nada más imperfecto. Y si, a ellos les ha funcionado, seguramente a todos nos podrá funcionar lo imperfecto y descontrolado.
Sólo es cuestión de saltar sin miedo.