El Mapa
Quedaron de verse en la banca de siempre, ni lejos ni cerca de la fuente, ni lejos ni cerca de los perros acompañados por sus dueños, ahí desde donde se alcanza a ver el anfiteatro y el cafecito de la esquina. Él sabía que a pesar de ya haber compartido cine, abrazos, lágrimas, risas, sonrisas, besos (y ¡qué bonitos besos!) faltaba algo, pero no sabía como proponerlo.
Llego sin prisa, sabedora de que mas de cuatro miradas aún seguían prendidas de su caminar, el clima favorecía las botas largas y la falda no muy corta, de último se decidió por la bufanda y dejó en el perchero la boina que había comprado días antes especialmente para esa tarde; era urgente ver su cara, las anteriores semanas en que la vida de ambos cambió, ella no hacía más que cerrar los ojos para poder recordar de memoria cada uno de sus rasgos: esa pequeña barba partida, la cicatriz en su ceja, y sus labios gruesos. Sin darse cuenta había vuelto a cerrar los ojos para detallarlo en su mente y esto casi le cuesta tropezar de bruces con aquella jardinera, así que como si nada siguió caminando hasta encontrarse con la materialización de aquel rostro recordado.
En cuanto la vio se incorporó, y ya tan cerca de sus brazos la tomó por la cintura y la acercó a él, reconstruyeron tres semanas con ese beso y dejaron pendientes reconstruir otras tantas con el recuerdo de ese mismo instante.
-¿Cuánto tiempo durará esto? – Dijo ella en su cabeza - ¿Cuánto?
-¿Qué tengo que hacer para que no se pregunte “¿cuánto tiempo durará esto?”? – Pensó él.
La volvió a besar ahora con ternura en la comisura de sus labios, mientras ella encontraba espacio perfecto bajo su abrazo. Caminaron sin considerar el tiempo, aquel parque era tan grande y tan significativo para ambos que ese deambular era muy similar a caminar en el jardín de casa.
No existía nada extraordinario, no eran los “Debutantes” de Serrat, ni las millas de American Airlines, ni la “despareja” de Mario, eran dos, con ganas de ser el uno del otro el mayor tiempo posible, simplemente de pasar el tiempo entre ellos y hacer del tiempo suyo el refugio de todo. Ella no quiso entrar al cafetín, mientras reusaba con un gesto entrar, le enseñaba la botella de Lambrusco que guardaba en su bolsa de mano. El café se volvió cerveza en la segunda cita, en la tercera tallarines, carpaccio y vino tinto, nunca antes un Cliché había sido tan hermoso plan para ambos, ni tan largo el momento de despedirse, ese en que él solo alcanzo a acercarse mientras ella pestañeaba para robarle el primer beso. Ahora ella planeaba dejarse robar entre sus manos, y robarse todo lo que de él pudiera.
Así huyendo del aire frio y de los últimos rayos de Sol entraron en el primer Hotel que encontraron, de prisa, era urgente dejar de lado todo, los convencionalismos, las costumbres y la ropa, para darle paso a la verdad de la piel, a la imperfección, a la realidad de cada uno, presentada entre besos y caricias como premier de muchos ensayos. Mientras él la recorría palmo a palmo entendió lo inútil que había sido perder el tiempo pensando en como proponer algo que no necesitaba propuesta. Y dejaron el tiempo guardado en un cajón, para dedicarse a la entrega cartográfica, a dibujar y memorizar todos y cada uno de los lunares del otro, de las pecas, pequeñas marcas y cicatrices, una y otra vez hacer el recorrido para encontrar nuevos espacios no besados, no tocados, perdidos en la realidad y convencionalidad de ella y de él. El Lambrusco espero, guardado por una oportunidad.